LEE 78. Música vallecaucana – Humedales

“Los pueblos miran su fisonomía y se reconocen en su historia a través de quienes han contribuido a solidificar los cimientos de su nacionalidad”
Bernardo Jiménez Lozano

Continuando con el propósito de exaltar los valores que distinguen a los vallecaucanos y así contribuir a; cuidar, conocer y querer lo nuestro, que es a su vez, lo que nos da el sentido de pertenencia por nuestra tierra, LEE en esta ocasión, exalta la música vallecaucana con un artículo escrito por el escritor Medardo Arias en su columna Castillo de Proa, la vida y obra de los artista y maestros de la música: Enrique Millán Gómez y Santiago Velasco Llanos.
Por otra parte y con el propósito de difundir lo que es un humedal y su importancia en el equilibrio del ecosistema, trascribimos la columna; Humedales de Cali escrita por José Antonio Aguilera
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Contenido
1. Música Vallecaucana Medardo Arias Satizabal
2. Enrique Millán GómezBiografía
3. Santiago Velasco Llanos -. Biografía
4. Los humedales de Cali.- José Antonio Aguilera.

1. Música Vallecaucana
Castillo de Proa
Medardo Arias Satizabal

Escribir la historia de la música en cualquier región del mundo, compromete una intención poética, la misma que llevó a Enrique Millán Gómez, desde su estro, a investigar en los anales de esta región de Colombia para saber cuál ha sido el devenir de esta, una de las más altas expresiones del arte.
Lo ha hecho como quien pulsa una guitarra y se da a hacer en sus cuerdas esos florilegios que tanto amamos quienes somos dados a escuchar el tiempo en la boca de un diapasón.
Reconozco en Millán la sencillez del artista, empeñado, no obstante, en la diaria criba de sus propósitos estéticos, en esa lectura total del universo a la que no son ajenos los espíritus valerosos. Concertista, compositor e investigador, requirió de la paciencia del profesor para completar este libro, ‘Memorias musicales del Valle del Cauca’, en el que compila el acervo, de manera prolijamente ilustrada, desde los Calima y la música ancestral, hasta las epifanías de Santiago Velasco Llanos, el Mono Núñez, y las expresiones urbanas que cantan desde la salsa o el currulao.
De la mayor importancia en este volumen, las canciones y coplas populares de Jorge Isaacs, las cuales pueden equipararse con los versos sencillos del cubano José Martí.
“Como hay en el mar arenas/ hay en mis melancolías/ todo soy/ todo agonías/ corazón lleno de penas…”, dijo Isaacs; “Tiene el leopardo un abrigo/ en su monte seco y pardo/ yo tengo más que el leopardo/ porque tengo un buen amigo…”, cantó Martí. “Te quiero como a mis ojos/ como a mis ojos te quiero/ pero más quiero a mis ojos, porque mis ojos te vieron…” escribió Isaacs; “cultivo una rosa blanca/ en mayo como en enero/ para el amigo sincero, que me da su mano franca”, ripostó Martí.
Por su libro, conocemos ahora la Banda Tradicional Vallecaucana que dirigió el maestro Julio Cuadros en el Siglo XIX; pero también podemos acercarnos a la obra de Edmundo Dante Arias Valencia, el compositor tulueño que dejó para la historia obras como ‘Ligia’, o el bolero ‘Evocación’.
Aquí, por estas páginas, discurren Peregrino Galindo, Marco Rayo, Pedro María Becerra, Antonio María Valencia, Jerónimo Velasco González, Alberto Guzmán Naranjo, Luis Carlos Figueroa, Francisco Vergara, Martha Lucía Calderón, Alba Estrada, Carlos Villa, Claudia Calderón, Emperatriz Figueroa, Pedro Morales Pino, Héctor González, Ricardo Cobo Sefair, Clemente Díaz, Alfonso Castillo, Gustavo Sierra Gómez, Diego Estrada Montoya, Mario Gómez Vignes, Jairo Varela, entre muchos otros que hoy dan lustre a la música vallecaucana.
La realización de este libro fue posible gracias al apoyo de Manolo Suso, Armando Barona Mesa, Adolfo Vera Delgado, Leonardo Medina Patiño, Humberto Botero Jaramillo, María Helena Quiñonez, Olga Sefair de Cobo, Blanca Ruth Garcés Salcedo, el Museo de Arte Colonial y las Hermanas, Misioneras Agustinas Recoletas. También contó con la participación del extinto poeta de Barbacoas, Fabio Arias Figueroa, quien tuvo a su cargo la corrección general del volumen.
Brindemos pues por este nuevo suceso cultural, referencia obligada, desde hoy, para historiadores, estudiantes, profesores, que deseen conocer cuánta música puede producir esta tierra besada por innumerables ríos musicales. Como anotó Don Juan de Castellanos en su Elegía de Varones Ilustres de Indias, “tierra buena, tierra buena que pone fin a nuestra pena, tierra bastecida de oro, tierra para hacer casa…”.

2. Enrique Millán Gómez.

Enrique
Concertista, profesor de historia de la música y apreciación musical, compositor de obras de cámara, sinfónicas y corales.
Nació en Cali en 1957. Estudia con Hernán Moncada y Alfonso Castillo en el “Conservatorio Antonio María Valencia”; discípulo de Álvaro Ramírez Sierra, y con Luis Carlos Figueroa. Historia de la música con Hernando Restrepo, estudia laúd en: “The Royal Collage of Music”. Estudió con José Luis Rodrigo en Granada y Santiago de Compostela y estudiante becario (1983) del legendario Andrés Segovia”, en Almuñécar (Granada). Ha estudiado interpretación “historicista”, con Jordi Savall y E. Garrido: “Renaissance and Barroque Music, Mc´Guill University”.
Docente de la Universidad del Cauca, Universidad Pedagógica Nacional, Academia Cristancho y en instituciones vallecaucanas (Tuluá, Palmira, Cali).

3. Santiago Velasco Llanos.

Santiago Velasco
Santiago Velasco Llanos

Nace en Cali, Colombia, el 28 de enero de 1915 en el tradicional barrio de San Antonio, en el Empedrado. Fallece en Cali, Colombia, el 15 de Mayo de 1996 las 02:30 am. a los 81 años de edad en el Barrio La Flora en el norte de la ciudad. Su familia es de artesanos: su padre es zapatero y en la familia de la madre son orfebres. Santiago Velasco González, su padre hace parte, con el trompetín, de la “Orquesta Cali”, que ameniza los eventos sociales de la época, así como las primeras salas de cine mudo (a comienzos del siglo XX). Su tío es el compositor Jerónimo Velasco (1890-1963) quien se residencia en Bogotá a comienzos del siglo XX; de grata recordación en los círculos musicales de la capital de la República en la primera mitad del siglo XX. En los meses de Junio a Octubre toda la familia (14 personas) se va a la Montaña (Pichindé) en los Farallones de Cali a refrescarse del intenso calor.
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Santiago Velasco Llanos – Escuchar su música.

4. Los humedales de Cali
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Humedal El Cisne

El 2 de febrero de cada año, es el Día Mundial de los Humedales, es por esto que se basa la columna para que conozcamos más de los humedales de Cali.
La definición de humedal es una zona de tierras, generalmente planas, en la que la superficie se inunda de manera permanente o intermitentemente. Al cubrirse regularmente de agua, el suelo se satura, quedando desprovisto de oxígeno y dando lugar a un ecosistema híbrido entre los puramente acuáticos y los terrestres
Los humedales, considerados por muchos como los ecosistemas más productivos del planeta, en cuanto a recursos naturales se refiere. Cumplen funciones ecológicas fundamentales como: ser reguladores de los regímenes hidrológicos (protección contra fuertes lluvias, mitigación de inundaciones, almacenamiento de agua para la época de sequía), hábitat de una gran diversidad de flora y fauna, controlador de la erosión, purificador de agua y lugar para la recreación y turismo.

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Humedal Las Garzas

1. Humedal de La Riverita. Ubicado en el kilómetro 3, vía a la Buitrera. Permanece en buen estado, limpio y preservado. Con alta población de aves.

2. Humedal de Los Cámbulos. Se localiza en la calle 9 con carrera 47, donde aparece bordeado por construcciones y encerrado entre las rejas.

3. Humedal de Las Garzas. Este humedal se encuentra en la avenida La María, en Ciudad Jardín. Gracias a su estado, recibe diversas aves migratorias.

4. Humedal Las Orquídeas. En la diagonal 120, junto al canal de la CVC, se encuentra este humedal con altos niveles de contaminación y quemas.

5. Humedal Del Cisne. Numerosa flora y fauna tiene este humedal en la carrera 105 con calle 13, en Ciudad Jardín. Presenta alta calidad en su agua.

6. Humedal El Retiro. Al lado de la avenida Cañasgordas, este humedal cuenta con una pequeña isla y se aprecia actualmente un nivel de deterioro.

7. Humedal Panamericano. En la vía Cali-Jamundí, este humedal presenta abandono, maleza y falta de control. Está prohibido pescar allí.

8. Humedal del Limonar. En pleno barrio que lleva ese nombre, calle 15 con carrera 62, está encerrado con alambres de púa. Está abandonado y deteriorado.

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LEE 65. Mi Cali Viejo: Evocadora y Señorial.

LEE 65
Contenido
1. Cali. Palacio Arzobispal
2. Cali. La vieja Calle 13.
3. Cali, 1911 – Medardo Arias.
4. Cali, 1915- Av. Sexta.
5. Cali, 1917 -La Vieja estación del Ferrocarril de Cali
6. Cali. El teatro municipal y el terrible drama de la lepra en el Cali viejo (crónica)

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Cali. 1840.(Grabado)

1. Cali. Palacio Arzobispal

Nuevamente el color y la restauración digital nos regalan esta fotografía de nuestra actual Carrera 4° con calle 7°. Donde está la Bandera, es hoy en día el actual Palacio Arzobispal de Cali y la casa donde están parados los dos niños es la hoy existente casa de la Sociedad de Mejoras Publicas. Para la época de la fotografía no había alcantarillado en Cali y el canal de aguas negras y lluvias corría por la mitad de la calle. Los automóviles todavía no existían en la ciudad.
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Año de la Fotografía: 1895
Autor: Desconocido
Color y retoque digital: Saúl Antonio Ramírez

Cali 1895

2. Cali. La vieja Calle 13
Histórica Fotografía restaurada y coloreada digitalmente donde apreciamos con gran detalle la Antigua calle 13 de Cali y al fondo la torre de La Ermita del Señor del Rio o Ermita Vieja, destruida totalmente por el terremoto de 1925 y en donde se levanta hoy en día nuestra actual Ermita de estilo Gótico.
La vieja Calle 13 que era una calle estrecha, también era conocida a finales del siglo XIX y principios del siglo XX como la Calle de Santa Librada, ya que en su esquina de la cra. 4° quedó el Antiguo Colegio de Santa Librada el cual fue fundado por el General Francisco de Paula Santander en 1823, y que corresponde a la edificación que observamos a mano derecha y que sirvió también de primera sede a la Universidad del Valle al ser fundada en 1945.
El Viejo edificio del Colegio, que en su pasado hizo parte del gran claustro de San Agustín, fue demolido a finales de los años 60 para dar paso a la ampliación de la Calle 13 y en su lugar se construyó el edificio de parqueaderos San Librada.
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Año aproximado de la foto: 1910
Autor de la fotografía: Desconocido
Restauración, retoque y color digital: Saúl Antonio Ramírez
con Jose Alonso Catano Canaval e Hilda Guadalupe Guerra.

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3. Cali, 1911
Medardo Arias

No sé si los artífices del nuevo Plan de Ordenamiento Territorial leyeron el libro de Félix Serret, el viajero francés -no catalán- que estuvo en Cali a inicios del Siglo XX, y que regresó a Europa sorprendido de no haber encontrado aquí “una sola panadería”, pero sí calles llenas de piedras y huecos, además de cantinas en la zona central, y una imprenta.
Su periplo por Colombia duró 1 año, entre 1911 y 1912, tiempo suficiente para escribir unas valiosas impresiones que son hoy tema de estudio de urbanistas e historiadores. Su nombre afloró en mi antepenúltima columna, ‘De pan y panaderos, a propósito de una carta que me enviara el poeta Álvaro Miranda.
Francisco González, director del periódico humorístico más antiguo de América, ‘El Gato’, encontró el libro de Serret, prologado por Luis Carlos Mantilla, de la Academia Colombiana de Historia, y me lo hizo llegar. Qué deleite conocer, de primera mano, cómo era Cali entonces: “Esta ciudad de 25.000 habitantes no tiene ni una sola panadería. El pan es hecho por las familias y no constituye aún una profesión, como en Europa. Se emplea harina traída de los Estados Unidos o elaborada en los alrededores de la ciudad, en molinos primitivos que datan de la época colonial. En los hoteles solo sirven un pan por persona…”.
Serret alaba el silencio de la población: “Cali, al igual que Venecia, ofrece la rara particularidad de no poseer ni un solo vehículo. Ni automóviles ni camiones, ni siquiera la misma bicicleta, nada que turbe con sus pitos el silencio de sus calles. Esta ausencia de vehículos y ciclas en una ciudad tan importante como la que nos ocupa, es debida al deficiente pavimento, formado por grandes piedras traídas del río vecino y a la existencia de profundas grietas en la mayor parte de sus calles…”.
Serret dice que se sintió avergonzado de llevar zapatos, pues el común de los pobladores andaba descalzo.
En su viaje a Buenaventura, confundió al tamborero con el canchimalo. Dice que salió de pesca, y vio cómo “los canchimalos venenosos eran amarrados por sus aletas, para luego ser tirados al agua, para diversión de su verdugos…”. El canchimalo es un pez sin escamas, parecido al barbudo, o al ‘cat fish’ (pez gato), del Mississippi, pero no venenoso; el que sí ofrece peligro mortal al ser ingerido, es el tamborero o pez globo, muy apreciado en Asia.
Dice Serret: “En Cali todo está por hacerse. La región está privada de ferrovías y de caminos carreteables…”. En Jamundí se deslumbró con los cucarrones. Un minero le regaló uno, dentro de una cajita, además de unas pepitas de oro. Lo que se colige de este suceso es que la infancia de Serret no fue muy divertida en Francia, pues jamás hizo volar cucarrones con hilo negro: “No creemos que haya sido estudiado científicamente por nuestros entomólogos, pues no he visto hasta ahora ninguna alusión a este extraño animal en algún tratado de zoología…”.
La única imprenta, de la cual salían ‘enjambres’ de muchachos a corear las noticias “era del Doctor Palau, una de las personalidades políticas más estimadas del lugar”.
De la galería de personajes pintorescos de la villa, rescata uno, inédito, un tal ‘Te capo’, al que describe “con una nariz de pico de tucán y el pecho echado hacia delante”. Una vez escuchaba este apodo, se encolerizaba y “tiraba todo lo que encontraba a su alrededor; piedras, cáscaras de naranja o banano, cortezas de melón y hasta estiércol de perro…”.
«Cuando se huye y uno deja todo a sus espaldas, el único tesoro que podemos llevarnos con nosotros es la memoria. Sólo la memoria puede permitirnos renacer de la nada. no importa donde, ni cuando, pero si conservamos el recuerdo de nuestra pasada grandeza y de los motivos por los que hemos perdido, resurgiremos» La última legión, Massimo Manfredi.

4. Cali 1915- Av.Sexta

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Hermosa Panorámica de 1915, recreada digitalmente, de la que será la futura Avenida Sexta de Cali, a la altura de las actuales Calles 16N y 17N, en ese entonces solo era el camino que conducía al vecino Municipio de Yumbo.
La zona estaba conformada por lomas y terrenos que hacían parte de propiedades de conocidas y ricas familias del Cali de esa época. La zona estaba conformada por lomas y terrenos que hacían parte de propiedades de conocidas y ricas familias del Cali de esa época. Las tierras de mano izquierda de la foto hacían parte de unos extensos terrenos conocidos como Galilea de propiedad de Don Jorge Garcés Borrero
Observamos las magníficas ceibas que adornaban el camino, algunas de las cuales engalanan todavía la Avenida 6° a la altura de la calle 17.
La fotografía es tomada de Norte a sur, como quien dice el fotógrafo estaría parado por los lados del desaparecido Drive-in Oasis y mira hacia el centro de la ciudad.
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Año de fotografía: 1915
Propiedad: Colección Alberto Lenis B.
Diseño, retoque y color digital: Saúl Antonio Ramírez
— con Herrera Greis.


5. Cali, 1917 -La Vieja estación del Ferrocarril de Cali

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Panorámica de la Vieja estación del Ferrocarril de Cali construida en 1917 y desaparecida completamente en la explosión del siete de Agosto de 1956. Estaba ubicada en la Calle 25 con carrera 1°.
Para destacar el antiguo bus urbano que hacía la ruta desde la vieja estación hacia el barrio El Peñón.
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Fuente: Revista Épocas
Autor de la fotografía: Desconocido
Fecha: 1930 — con Freddy Marin Valencia-

6. El teatro municipal y el terrible drama de la lepra en el Cali viejo (crónica)

Teatro municipal
Cali. Teatro Municipal . Construcción                                                                                                                                                                                                                                    

Cuantos de ustedes queridos lectores habrán estado aunque sea una vez en su vida sentados cómodamente en el Teatro Municipal de Cali, pero ninguno imagina por equivocación la triste historia que se vivió en ese mismo sitio antes de que se construyera el Teatro.
El principal gestor de la construcción del teatro fue el insigne ciudadano Caleño Manuel María Buenaventura, el cual con un grupo de otros cívicos Caleños se dieron en la titánica tarea para ese tiempo de dotar a Cali de un sitio adecuado y moderno conforme a la época, para presentación de carácter cultural, que estuviera a nivel de las grandes capitales Latinoamericanas.
La primera piedra del teatro se colocó en solemne ceremonia el 9 de abril de 1918
Lo primero que hicieron fue conseguir el lote esquinero de la Cra. 5° con calle 7, el cual fue donado por el Municipio, donde había una casa totalmente sellada y abandonada, que guardaba entre sus muros una historia de terror y drama que conmovió e impresiono a los Caleños de finales del Siglo XIX

Corría el año de 1895, y en la esquina en mención (Cra. 5° con Calle 7°), había una casa de un solo piso; de aspecto alegre, con amplios ventanales sobre la cra. 5°, portón empedrado de estilo colonial, amplio patio y corredores espaciosos.
Estaba habitada por una familia que ocupaba destacada posición social, cuya cabeza era de origen Antioqueño pero llegado a Cali desde muy joven, era altamente apreciado tanto por sus condiciones de caballerosidad, como por ser modelo de hombre de trabajo. En Cali contrajo matrimonio con una dama de alto abolengo de cuya unión hubo numerosa descendencia.
La segunda de sus 8 hijas, alegre muchacha de 16 años, figuraba entre las mujeres más lindas y agraciadas de la ciudad.
Sus hijos varones eran blancos y rollizos, además eran la demostración viviente de las maravillas que podían resultar del cruce entre la raza montañera y la del Valle.
Todo parecía sonreírles, ya que a todo lo anterior, se le sumaba que su condición económica era bastante holgada.
Un día un prestigioso médico de Cali fue llamado, por lo que en su momento se consideró una insignificante molestia que afectaba a la encantadora muchacha de 16 años, el medico en su examen tropezó incidentalmente con varias maculas y nódulos de carácter sospechoso, del cual tomo muestras que fueron llevadas al microscopio horas después .. ……¡Horror! Era Lepra.
La insignificante dolencia resulto ser la más espantosa de todas las enfermedades de esa época: aquella que desde los tiempos Bíblicos ha sido el terror de todos los pueblos; la única que para esa época los pueblos de mundo habían dictado leyes, muchas de ellas inhumanas, la enfermedad con la cual hasta ese momento siempre se había estrellado la ciencia.
La noticia se rego como pólvora en la Pueblerina Cali, y la marginación total para toda la familia y su servidumbre no tardó en llegar por miedo al contagio. La familia tuvo que salir de inmediato de la ciudad y abandonar la casa, los que estaban sanos partieron hacia Bogotá y la enferma hacia la «Ciudad del Dolor» como se le llamó en alguna época a Agua de Dios, el pueblo de Cundinamarca que le sirvió de Leprosario al país desde 1894 hasta 1962
Las condiciones del viaje fueron espantosas pues nadie en el camino quería darle albergue a la compungida familia y solo para llegar a Cartago requirieron de 8 días, durmiendo en empalizadas y en improvisados cambuches de paja.
Al poco tiempo a la enferma niña se le unieron en Agua de Dios también contagiados, cinco mas de sus hermanos, su tía, su nodriza y un fiel sirviente negro que vivió por varios lustros en la casa.
Mientras que en Cali, la casa con su mobiliario quedo en total abandono, puertas y ventanas fueron selladas con remaches de hierro, puesto por las autoridades en defensa de la comunidad. Y así permaneció la casa por casi un cuarto de siglo, los peatones al llegar a ese paraje instintivamente se pasaban a la cera contraria, el mal de San Lázaro (Lepra) para el cual actualmente hay total tolerancia y está casi desaparecido, en aquellos tiempos inspiraba más que pavor y esa esquina de la cra. 5° con calle 7° con su casa, fue mirada por muchos lustros como un sitio maldito.
La implacable mano del tiempo imprimió su sello destructor por todas partes. Los andenes, puertas, ventanas, paredes y techos presentaban estado ruinoso como símbolo del drama vivido.
Cuando la ruinosa casa fue entregada a Don Manuel María Buenaventura, los lotes colindantes también estaban tapiados y sus accesos protegidos por fuertes candados de cuyas llaves nadie daba razón.
El Alcalde tuvo que facilitar 10 presos de la cárcel con sus respectivos guardias, para que obligados hicieran la labor de romper los sellos y remaches y lograr abrir trochas hasta la casa la cual estaba totalmente invadida de enredaderas de mil clases, ardillas, sabandijas, lagartos, arañas y mil otras alimañas que fueron los amos y señores de ese feudo por muchísimos años.
Los presos, todos con apariencia de hombres avezados al crimen, armados de machetes, titubeaban como dispuestos a echar pie atrás. La maraña los repelía, pero más que esta, el temor al contagio de la espantosa enfermedad. Los 10 presos fueron gratificados por Don Manuel María de su bolsillo con la suma de siete pesos con cincuenta centavos ($7.50)
Nueve años después, el 30 de Noviembre de 1927 con la presentación de la ópera «El Trovador» de Verdi fue inaugurado con bombos y platillos nuestro emblemático Teatro.
Y así querido lectores llego al final de este lamentable pero histórico relato; por eso cada que asisto al teatro Municipal o simplemente paso por ahí, no puedo evitar recordar este pasaje y darme cuenta que cada calle del Cali Viejo guarda celosamente una gran cantidad de historia.
(Basado en un relato de Don Manuel María Buenaventura en su libro «Del Cali que se Fue» edición de 1957)
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Cali. Teatro Municipal

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