LEE 72. HISTORIAS DE SANTIAGO DE CALI.

Tita 3

HISTORIAS DE SANTIAGO DE CALI
De esta mágica ciudad siempre se trae, de regreso a casa, un equipaje repleto de asombros.

Contenido:
1. Los diablitos prenden la fiesta.
2. De la serie «Historias de la ciudad.»
El autor: Wilfrido Franco García
Los tambores de navidad.
3. La virgen nuestra señora de la medalla milagrosa
4. Un ruego a “La Milagrosa”

 


1.Los Diablitos prenden las fiestas.

Los diablitos.
Los diablitos.

Se les ve en las calles de Cali desde el 31 de octubre hasta el 6 de enero.

Tum – turum tum tum, turum tum tum… suena el redoblante y la tambora. ‘La Culona con un colador de café en la mano te menea las caderas y te pide ‘la liga’ (dinero). Al fondo ‘El Diablo’ y ‘La Muerte’ se desmadejan en el baile. Ellos son los tradicionales ‘Diablitos’ y cuando se ven por las calles de Cali es porque llegó diciembre.

Los Diablitos 2
Él grupo de ‘Diablitos’ está conformado por: ‘La Muerte’, ‘La Culona’ y El ‘Diablo’ y son amenizados por redóblante y tambora.

Esta tradición carnavalesca nació el 24 de diciembre de 1916, cuando un grupo de mineros de Siloé, completamente ebrios, bajaron desde la zona de ladera disfrazados de estos personajes por el entonces Camino Real (hoy calle 5), se dirigieron hasta la Plaza de Cayzedo y fueron sorprendidos por el dinero que les arrojaron sin que lo pidieran.

Hoy, 97 años después, la tradición persiste y diciembre no es diciembre en Cali si no hay ‘Diablitos’.

LEE más

2. De la serie «Historias de la ciudad»
Serie de crónicas periodísticas, ganadora del Premio de Periodismo “Alfonso Bonilla Aragón”, en la modalidad de prensa escrita en el año 2000. Informes publicados en el diario “Occidente” de Santiago de Cali y considerados merecedores del premio por ser “un trabajo que rescató la crónica escrita, esencialmente urbana, en el que el periodista recogió las caras inéditas de una ciudad de contrastes el pleno crecimiento”, según el acta oficial firmada por los jurados, los reconocidos periodistas: Manuel Teodoro, Francisco Quintero Carvajal y Carlos Alberto Roldan.

El Autor

Wilfrido Franco Garcia
Wilfrido Franco Garcia

Wilfrido Franco García nació en el Hospital “Santander” de Caicedonia, Valle del Cauca en un festivo 19 de Diciembre. Hijo de profesores “Liliana y Lileardo” y hermano de Fayzhuri, doctora en medicina.
Estudiantes del colegio Instituto Técnico Industrial “José María Ramírez” de Armenia y egresado de Comunicación Social con énfasis en periodismo de la Universidad del Valle. Con varios seminarios y curso de actualización de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali y de la Escuela Nacional del Deporte. Conferencista en la universidad Santiago de Cali y la universidad Autónoma de Occidente, catedrático de esta última y docente en otras instituciones de educación no formal en las áreas de periodismo, periodismo deportivo, redacción y ortografía. Corrector de estilo de varios textos de recopilación y literatura.
Autor del libro de poesías “Abuelita por siempre”.
En el 2000 ganó el premio nacional de periodismo “Alfonso Bonilla Aragón” en la modalidad de prensa escrita con la serie de veintidós crónicas de Cali, llamada “Historias de la ciudad”.

Portada Historias de la ciudad
En el 2006 recibió la medalla “Armando Bohórquez Penagos” de la Asociación Colombiana de Periodistas y Redactores Deportivos, por la trayectoria a toda una vida dedicada al periodismo.
En el 2009 recibió la mención de honor del Premio Nacional “Bonilla Aragón” en la modalidad de Periodismo Deportivo.

Los tambores de navidad

Por: Wilfrido Franco García

Diciembre se deslizó hacia un enero de soledades”.

Los “Diablos” van por las calles con sus
disfraces, repartiendo alegría y esperando una
moneda que llene sus alforjas para celebrar en
diciembre. Son los tambores
de navidad, la época más feliz de un mundo
repleto de injusticias.

El sol apareció tan de repente que un vistoso gallo de sugestivo plumaje tricolor, quedó “colgado” para entonar el himno que identifica las nuevas madrugadas por un rescoldo de la oscuridad inconfundible de las cinco y media am; el astro rey apareció y los ojos se batieron en un duelo entre la pereza y el cansancio, para abrirse al nuevo día. En diciembre los amaneceres parecen diferentes; todo tiene colores, hay esperanzas aunque la desazón habite en los corazones, se tejen planes sobre sientas estrategias, se buscan sonrisas en el cuarto de sanalejo y se baten ilusiones, aunque el bolsillo esté repleto de agujeros y es precisamente en este mes cuando aparecen las rítmicas melodías que provienen de repente; la música se desperdiga por las calles como cuando brota un manantial cristalino y las tonadas van marcando el ritmo del despertar. Los denominados “matachines” de la costa Atlántica o “diablos” en el Valle del Cauca, van por las calles de la ciudad haciendo de inmediato dos homenajes contradictorios: el primero al ritmo y cadencia de nuestras gentes, fiesteras por antonomasia, y el segundo, a la difícil situación que involucra al persistente desempleo.
Es claro que las gentes se divierten al paso del pequeño carnaval, aunque algunos niños supremamente asustados con los disfraces, se agarren de las faldas de sus mamás para evitar que el “diablo” se los lleve; pero también es cierto, que muchos se disfrazan o hacen parte de la procesión porque necesitan conseguir algún dinero que les rebaje sus penas, sus deudas o la carga de gastos que se eleva muchísimo en el último mes del año.

Antecedentes
En épocas anteriores, estas comparsas salían casi exigiendo algún presente, porque de lo contrario “castigaban” al parroquiano de turno con pequeños fustes.
Hoy en día, y como todo cambia los disfraces se colocaban para que en algunas bolsas de tela como especies de coladores de café o de talegas donde se recoge la limosna en las iglesias, se recibe el dinero que podrá sopesar la parranda decembrina; aquella de los buñuelos, la natilla, el manjarblanco, las colaciones, del desamargado, las brevas con queso, la lechona y los tamales, y otros tantos platos exquisitos.
Hernán supo que la muerte le llegaba y preciso lo cogió a finales de noviembre el disfraz blanquinegro lo vistió para simular a la “pelona” y junto a sus demás amigos del “Parche” de Siloé rodó presuroso, hasta las calles del centro para recoger dinero. Luis Fernando se disfrazó con un escandaloso traje de gorila que cuando sube la temperatura es una verdadera sauna ambulante y el disfraz de Antonio fue tejido a mano, porque el relleno de las nalgas era abundante y los “matachines” sin una viuda alegre pierden toda su efectiva realidad de comparsa.

Los Diablitos 3
Los Diablitos

Parecen pandillas.… pero son bandas de alegría; tras los tonos de su música se prende un festival improvisado que brota de la calle misma, con su festejo sin igual.
Al final, todo queda perfecto y junto a los muchachos de los tambores redoblantes, las pandilla de alegrías se va filtrando por entre las arterias agitadas de la ciudad. En cada esquina esperan el cambio del semáforo a rojo y marcaron el ritmo con los festivos tambores; pocas personas pueden eludir el festejo y algunos ríen; mientras Antonio, mueve con ritmo altanero las supuestas nalgas llenas de retazos. Los niños son los primeros que agitan el cañaveral y aquellos que no le temen a nada, se acercan para remedar los movimientos de la viuda alegre y menean sus caderas con la misma facilidad de las esbeltas morenas del Pacífico Colombiano, cuando bailan y desaforado mapalé.

Recorrido
El grupo con toda su algarabía baja por la calle quinta y el sol de la mañana se intensifica al ritmo de los bullangeros sonidos. Luis Fernando tuvo que descansar un rato y sacarse la cabeza del simio porque literalmente se había bañado en sudor; todos se dieron una tregua, pero Daniel y Alirio en los tambores no paraban de estremecer las melodías que parecen interminables y son realmente repetitivas. De todas maneras, ellos se destacan muy por encima de los demás en cuanto a estado físico sus manos parecen pájaros en vuelo prolongado, cuando marcan el ritmo sin igual del feliz bombardeo de apoteósicas tonadas.
Ya entrada la tarde y luego de recorrer muchos sitios de la ciudad, arriban al centro por la Plazoleta de San Francisco donde inclusive las palomas detienen el vuelo constante para escuchar los acordes de los tambores, para mirar de reojo las nalgotas de la viuda, para huirle a la muerte y a todos los diablos que no dejan de brincar de un lado a otro, mientras varios gamines hacen parte del desfile; pero siempre con la pícara intensión de agarrarle las enormes posaderas del abundante trasero que trae la “desdichada mujer” de luto. Los tacones de cambiaron, porque inclusive uno de ellos se rompió bajando de “San Antonio” y “Toño” prefirió unas viejas zapatillas que para nada hacían juego con el vestido oscuro que le prestó doña Margoth y con el cual, envolvía la antiestética fisonomía de la viuda alegre. Era que de seguir entaconado, le producía mucho más dolor que las inmensas ampollas que los zapatos de mujer le crearon. “¿Cómo harán las viejas para manejar esto?”, se preguntaba, mientras se sobaba los lacerados tobillos. Cuando llegaron al Paseo Bolivar la gente se juntó a su alrededor. Algunos reían con carcajadas sinceras, otros huían para no “darle plata a los majaderos de esa pendejada” y varios entregaban sus monedas en el colador rojo que tampoco estaba repleto o promulgaba plena bonanza. Desde allí rodaron por otros barrios del centro de Cali; precisamente en “San Nicolás” y en el “Obrero” les cayó la noche y los arropó el cansancio. Decidieron volver a casa para contar sus exiguas ganancias; se repartieron equitativamente el botín y guardaron con solemnidad, sus disfraces.
La banda cesó de tocar, los tambores descansaron en un rincón; pero ellos sabían que en este o en cualquier Diciembre, con el madrugador canto del gallo, todos volverían a otra jornada de estridencia porque ciertamente, una de las grandes tradiciones de la ciudad, son los llamados ancestralmente como “diablito”. Por eso, los tambores que brotaron insurgentes del alma africana, siempre soñaran con el fuego ardiente de lujurioso espíritu.

3. La virgen de la medalla milagrosa
La creadora del martes de la milagrosa
No siempre ha sido un río de once mil personas todos los martes haciendo oración a la Virgen de la Medalla Milagrosa, en el templo de las hermanas vicentinas que queda en la Avenida Roosevelt.

Cuando esta historia comenzó, hace 34 años, eran unos cuantos creyentes que se reunían a las 7:00 p.m. a hacer la novena, convocados por Sor María Emilia Echeverry Mejía.

LEER más

Iglesia de La Milagrosa
Iglesia de la Virgen de la medalla milagrosa.

4. Un ruego a “La Milagrosa”
Por: Wilfrido Franco Garcia

Día tras día, el amor se marchita como la piel de un moribundo.
Día tras día, el amor se vuelve gris,
Como el cielo de un adiós”.

La milagrosa
Virgen de la medalla milagrosa

Los martes son los días de la virgen y los feligreses van a pedirle a la “La Milagrosa” que les ayude en sus difíciles situaciones. El Recinto de la avenida “Roosevelt” en Cali se llena de fe por los cuatros costados y la imagen angelical escucha ruegos y clamores que a veces son inverosímiles

Amelia se bajó con precipitud de un bus “Verde San Fernando” ruta uno, al cual le quedaba muy poco del anterior flamante servicio ejecutivo. El conductor, con un aspecto disperso entre el trasnocho y la enfermedad, escasamente le dio la gana de frenar unos segundos antes, frente a la panadería “Paola” para que la dama de unos cincuenta y tres años, descendiera del ya deteriorado vehículo. Su rostro de preocupación era infinito y reflejaba esas noches donde el cuerpo da vueltas sin final, en un carrusel interminable y contar ovejas, es toda un falacia para tratar de dormir.
Por entre algunos charcos que había hecho el intenso invierno de estos días, Amelia dio unos saltitos par estar en la acera del frente, justo en la casa central de las hermanas vicentinas. El convento sirve de refugio para aquella congregación de origen francés donde habita la comunidad religiosa de San Vicente de Paúl. Ellas, siguen los predicamentos de Santa Catalina Labouré, una francesa a quien la virgen visitó en una visión similar a los niños de Fátima en Portugal. El día oficial de la virgen “Milagrosa” es el 27 de noviembre de cada año.
Justo en el enorme andén, se ubica alrededor de veinticuatro tendidos de guadua con lonas blancas arriba, dispuestos en casetas para ofreces detalles que origina la fe ineludibles de las gentes, en la imagen que corona el convento. Parece de aquellos mercados dominicales de antaño que había en los pueblecitos colombianos.
Precisamente son los martes, aquellos días donde la romería se hace interminable para pedirle a la virgen que siempre los ayude. Las imágenes van desde los pequeños escapularios que venden desde hace muchos años don Germán, un hombre de tradicionales normas ancestrales, hasta las réplicas de 80 centímetros de alto que son más bien caras y tienen poca salida. Es un amplio supermercado elegido a uno de los iconos sagrados de la iglesia católica.

El lugar

La milagrosa 2
Iglesia de la Virgen de medalla milagrosa

Por la entrada principal, justo en frente de la panadería, desfilan todos los feligreses como lo hace un rebaño de ovejas buscando su redil; simultáneamente al caer la tarde. Amalia gambetea el atiborramiento con su abundante y flácida cintura, y desde una distancia apreciable pudo ver la imagen de rostro perfecto, enclavada allí arriba del crucifijo. En el lugar, la devoción se riega con solemnidad por cualquier orilla. Es de aquellos momentos en que la calma se ubica perfectamente en el alma y sube hasta el corazón, por la arteria de la fe.
Ella empezó a rezar el tedioso y largo rosario, mientras a su alrededor se agolpaban gentes de todos los estratos y círculos sociales. Bien podría estar a su lado el sicario que al día siguiente tuviese que disparar contra el periodista de turno, el aportador impulsivo que implora por su número para que salga ganador, la novia que ruega con cara de “yo no fui” para que su amor retorne y no se vaya con “la bruja” del frente, el señor con una maleta negra de visos blancos que clama porque el negocio resulte perfecto, la vendedora de seguros con sus uñas untadas de esmalte escandaloso que implora la afirmación de un cliente que lleva años evadiéndola, la viejita encorvada que pide que su hija le gire mucho más desde los Estados Unidos para aprovechar alteraciones de la banda cambiaria, el señor de tímidos bigotes que suplica un dinero extra para pagar las pensiones atrasadas en el colegio de los muchachos, la casera que se va de hinojos suplicando perdón por haber guindado por el ojillo de la chapa a su nuevo y joven inquilino, la muchachita de escasos 15 años que angustiosamente pide que le llegue el periodo pues en su “casa la van a matar” si está embarazada y el anciano que a uno le partiría el alma, pues el gobierno y sus excesivos trucos, aún no le reconoce la pensión tras trabajar sin descanso, más de treinta años continuos. Todos ellos hacen parte de esa abundante parroquia que va allí, hasta “La Milagrosa”, para buscar ayuda divina y su redención definitiva.

El ruego
Cuando iba en la mitad de sus rezos, una niña de crespos altaneramente amarillos y ojos cálidos, le sonrió, y ella con un ademán amable le devolvió a la chiquilla, aquel gesto de evidente compasión. Amalia pedía que sus exámenes clínicos resultaran bien, porque en su interior sabía que su organismo andaba muy mal. Los mareos habían resultado constantes y fatales en los últimos meses, y el médico había ordenado un encefalograma para determinar verdaderamente, lo que sucedía. Al terminar de orar, sus ojos viraron al suelo y su cabeza se descolgó como la de una gallina que ha sido despescuezada. Se sintió ir… de aquellas idas que no tienen final; pero aguantó con fortaleza para retornar a la avenida “Roosevelt” y tomar con prontitud, un taxi que la llevara hasta su casa.
Siguió esperando que “La Milagrosa” con su bondad absoluta, la socorriera; hasta que llego el día de la entrega de los resultados de los exámenes previos y tal como lo había sospechado el médico, le confirmaron dos tumores malignos en el cerebro, tras una severa biopsia. Sus días estaban tan contados como los dedos de una mano. Sintió desvanecerse como en otras ocasiones; pero de repente y en medio de intensa fatalidad, ella asegura que vio una luz resplandeciente de tranquilidad que la alumbró y supo que la imagen de “La Milagrosa” llegaba desde Francia hace más de cincuenta años, empezaba a obrar. Amelia cada día perdió más cabello, mucho peso y entre tanto, su poca estabilidad y su fisionomía se volvieron añicos; pero con total esperanza, prosiguió yendo cada martes hasta la avenida “Roosevelt” para convencerse que la virgen continuaba haciéndole favores a todos y cada uno de aquellos que creen, y se los piden con total convicción.
Ella continuó orando y esperando un milagro, como lo hizo desde el primer día, porque ya lo había perdido todo, menos su inquebrantable fe.

Deja un comentario